viernes, 10 de junio de 2011
Metodología y Taller de Investigación
10:06
Metodología y Taller de Investigación es una obra destinada para alumnos que cursan el primer semestre de bachillerato; realizada, principalmente, con el propósito de introducirlos a la elaboración y el diseño de trabajos de investigación que en el futuro necesitarán para culminar sus estudios.
Se encuentra totalmente apegado al programa de estudios establecido por la Dirección General Académica (DGA) del estado de Puebla y está estructurado por tres unidades:
• Unidad I. La Investigación: sus tipos, enfoque y técnicas e
instrumentos.
• Unidad II. Diseño de proyectos de investigación.
• Unidad III. Análisis de la información y presentación del
proyecto.
Asimismo, no solo comprende cada una de las competencias determinadas por el programa de estudios, sino que, mediante actividades académicas y una tabla evaluativa, puede desarrollarlas adecuadamente y así cumplir con todos los requisitos necesarios para acreditar su materia.
De igual manera, el docente puede utilizar este libro con la seguridad de que el alumno, paulatinamente, será autónomo y capaz de descubrir y aprovechar sus capacidades en una nueva etapa de su vida: la educación media superior.
Este blog te permitirá estar en contacto con el autor además de poder consultar información adicional que te servirá de ayuda en tu estudio de Metodología y Taller de Investigación.
1. Introducción La labor del investigador formal requiere, principalmente: capacitación, práctica, paciencia y sobre todo pasión. Los investigadores somos personas curiosas, observadoras y en ocasiones entrometidas, pero siempre comprometidas con nuestro trabajo, que es: conocer y explicar la realidad. Como has podido ver en tu libro, los investigadores no son únicamente personas que se atrincheran en laboratorios donde desarrollan complejas e indescifrables ecuaciones que solo ellos pueden entender, tampoco andan con gabardina, pipa y sobrero extraño persiguiendo huellas. Los investigadores son personas como tú y como yo, pues constantemente nos cuestionamos, analizamos y razonamos sobre las cosas que pasan a nuestro alrededor.
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Depredadores Prehistóricos
10:01
El Cerdo Asesino
El trabajo de investigación científica en la actualidad es multidisciplinario, como se observa en el presente vídeo, los paleontólogos se auxilian de varias disciplinas como la anatomía comparada, la etología y la medicina para elaborar hipótesis sobre la conducta y los hábitos de este singular animal.
Para ver mas: http://www.documaniatv.com/naturaleza/depredadores-prehistoricos-2-el-cerdo-asesino-video_781d11a69.html
Para ver mas: http://www.documaniatv.com/naturaleza/depredadores-prehistoricos-2-el-cerdo-asesino-video_781d11a69.html
El Primer Cazador de Microbios
9:14
CAPITULO I
ANTONY LEEUWENHOEK
EL PRIMER CAZADOR DE MICROBIOS
I
Hace doscientos cincuenta años que un hombre humilde, llamado Leeuwenhoek, se asomó por vez primera a un mundo nuevo y misterioso poblado por millares de diferentes especies de seres diminutos, algunos muy feroces y mortíferos, otros útiles y benéficos, e, incluso, muchos cuyo hallazgo ha sido importantísimo para la Humanidad que el descubrimiento de cualquier continente o archipiélago.
Ahora, la vida de Leeuwenhoek es casi tan desconocida como lo eran en su tiempo los fantásticamente diminutos animales y plantas que él descubrió. Esta es la vida del primer cazador de microbios. […]
Estos cazadores, en su lucha por registrar este microcosmos no vacilan en jugarse la vida. Sus aventuras están llenas de intentos fallidos, de errores y falsas esperanzas. Algunos de ellos, los más osados, perecieron víctimas de los mortíferos microorganismos que afanosamente estudiaban. Para muchos la gloria lograda por sus esfuerzos fue vana o ínfima.
Hoy en día los hombres de ciencia constituyen un elemento prestigioso de la sociedad, cuentan con laboratorios en todas las grandes ciudades y sus proezas llenan las páginas de los diarios, a veces aún antes de convertirse en verdaderos logros. Un estudiante medianamente capacitado tiene las puertas abiertas para especializarse en cualquiera de las ramas de la ciencia y para ocupar con el tiempo una cátedra bien remunerada en una acogedora y bien equipada universidad. Pero remontémonos a la época de Leeuwenhoek, hace doscientos cincuenta años, e imaginémonos al joven Leeuwenhoek, ávido de conocimientos, recién egresado del colegio y ante el dilema de elegir carrera. En aquellos tiempos, si un muchacho convaleciente de paperas preguntaba a su padre cuál era la causa de este mal, no cabe duda que el padre le contestaba: «El enfermo está poseído por el espíritu maligno de las paperas». Esta explicación distaba de ser convincente, pero debía aceptarse sin mayores indagaciones, por temor a recibir una paliza o a ser arrojado de casa por el atrevimiento de poner en tela de juicio la ciencia paterna. El padre era la autoridad.
Así era el mundo hace doscientos cincuenta años, cuando nació Leeuwenhoek. El hombre apenas había empezado a sacudirse las supersticiones más obscuras, avergonzándose de su ignorancia. Era aquel un mundo en el que la ciencia ensayaba sus primeros pasos; la ciencia, que no es otra cosa sino el intento de encontrar la verdad mediante la observación cuidadosa y el razonamiento claro. Aquel mundo mandó a la hoguera a Servet por el abominable pecado de disecar un cuerpo humano, y condenó a Galileo a cadena perpetua por haber osado demostrar que la Tierra giraba alrededor del Sol.
Antonio van Leeuwenhoek nació en 1632, en Holanda […] Muchos años después se casó y abrió una tienda de telas y adquirió una extraña afición pues había oído decir que fabricando lentes de un trozo de cristal transparente, se podían ver con ellas las cosas de mucho mayor tamaño que lo que aparecen a simple vista. Poco sabemos de la vida de Leeuwenhoek entre sus 20 y 40 años, pero es indudable que por esos entonces se le consideraba un hombre ignorante; no sabía hablar más que holandés, lengua despreciada por el mundo culto que la consideraba propia de tenderos, pescadores y braceros. En aquel tiempo, las personas cultas se expresaban en latín, pero Leeuwenhoek no sabía ni leerlo. La Biblia, en holandés, era su único libro. Con todo, su ignorancia lo favoreció, porque aislado de toda la palabrería docta de su tiempo no tuvo más guía que sus propios ojos, sus personales reflexiones y su exclusivo criterio. Sistema nada difícil para él, pues nunca hubo hombre más terco que nuestro Antonio Leeuwenhoek.
¡Qué divertido sería ver las cosas aumentadas a través de una lente! Pero, ¿comprar lentes? ¿Leeuwenhoek? ¡Nunca! Jamás se vio hombre más desconfiado. ¿Comprar lentes? No, ¡él mismo las fabricaría!
Visitando las tiendas de óptica aprendió los rudimentos necesarios para tallar lentes; frecuentó el trato con alquimistas y boticarios, de los que observó sus métodos secretos para obtener metales de los minerales, y empezó a iniciarse en el arte de los orfebres. Era un hombre de lo más quisquilloso; no le bastaba con que sus lentes igualaran a las mejor trabajadas en Holanda, sino que tenía que superarlas; y aun luego de conseguirlo se pasaba horas y horas dándoles una y mil vueltas. Después montó sus lentes en marcos oblongos de oro, plata o cobre que el mismo había extraído de los minerales, entre fogatas, humos y extraños olores. Hoy en día, por una módica suma, los investigadores pueden adquirir un reluciente microscopio; hacen girar el tornillo micrométrico y se aprestan a observar, sin que muchos de ellos sepan siquiera ni se preocupen por saber cómo está construido el aparato. Pero en cuanto a Leeuwenhoek...Naturalmente, sus vecinos lo tildaban de chiflado, pero aún así, y pesar de sus manos abrasadas, y llenas de ampollas, persistió en su trabajo, olvidando a su familia y sin preocuparse de sus amigos. Trabajaba hasta altas horas de la noche en apego a su delicada tarea. Sus buenos vecinos se reían para sí, mientras nuestro hombre buscaba la forma de fabricar una minúscula lente —de menos de tres milímetros de diámetro— tan perfecta que le permitiera ver las cosas más pequeñas enormemente agrandadas y con perfecta nitidez. Sí, nuestro tendero era muy inculto, pero era el único hombre en toda Holanda que sabía fabricar aquellas lentes, y él mismo decía de sus vecinos: «Debemos perdonarlos, en vista de su ignorancia».
Satisfecho de sí mismo y en paz con el mundo, este tendero se dedicó a examinar con sus lentes cuanto caía en sus manos. Analizó las fibras musculares de una ballena y las escamas de su propia piel en la carnicería, consiguió ojos de buey y se quedó maravillado de la estructura del cristalino. Pasó horas enteras observando la lana de ovejas y los pelos de castor y liebre, cuyos finos filamentos se transformaban, bajo su pedacito de cristal, en gruesos troncos. Con sumo cuidado disecó la cabeza de una mosca, ensartando la masa encefálica en la finísima aguja de su microscopio. Al mirarla, se quedó asombrado. Examinó cortes transversales de madera de doce especies diferentes de árboles, y observó el interior de semillas de plantas. «¡Imposible!», exclamó, cuando, por vez primera, contempló !a increíble perfección de la boca chupadora de una pulga y las patas de un piojo. Era Leeuwenhoek como un cachorro que olfatea todo lo que hay a su alrededor, indiscriminadamente, sin existir miramiento alguno.
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